miércoles, 7 de marzo de 2018

CELLULAM HOMINUM

   Según la teoría de la evolución de las especies, pareciera que el ser humano alcanzó el más elevado desarrollo con el "homo sapiens". Bueno, al menos fue así hasta principios del siglo XXI, cuando surgió la telefonía móvil. Se produjo entonces tal revolución social -junto con Internet- en las comunicaciones, que hoy podemos afirmar que la antigua manera en que nos relacionábamos, giró diametralmente hacia otra, digamos más bien total, permanente, casi "adictiva", aunque en la práctica estemos "incomunicados"; más contactados, pero menos comunicados. Digo adictiva, porque es fácil ver a los marmots mobile -marmotas del móvil- que no pueden desprenderse del mismo, al punto que se los encuentra mirando las pantallas de su "embrujado aparatito" aún sin estar hablando, enviando mensajes, wasap o sacando fotos; como si la certeza de contar con el "dios comunicador" todo el tiempo les otorgara una tranquilidad similar al del fumador empedernido que al salir de su casa, a los pocos minutos se palpa de bolsillos en busca de la etiqueta de cigarrillos. Permanente, porque la mencionada escena se ve cotidianamente durante toda la vigilia, o sea, el tiempo durante el cual el individuo no está durmiendo, es decir, está "vigilante"; vigilante del celular. Por último, al parecer el hábito nefasto parece responder a la necesidad -inconsciente, casi morbosa- de conocer "todo" lo relativo a mi prójimo -el próximo y el lejano- y dando a conocer a su interlocutor -hoy, compañero de grupo-, todo lo que ocurre en su vida, minuto a minuto.
Resultado de imagen para personas con celulares  Experimento inocultable desdén hacia los teléfonos celulares, sus creadores, difusores y, en menor medida -aunque no exentos de repudio-, también a los usuarios, sean éstos mi madre, hermanos, amigos, hijos, esposa, y "otros", entre los que me incluyo. No soy un misántropo que odia la humanidad, tampoco estoy contra la tecnología, sus avances, y los beneficios que aporta al público en cuanto a la salud, arte, información, educación, confort, comodidad y una larga lista de etcéteras.
   Solo soy enemigo confeso contra todo lo que atente contra el crecimiento, desarrollo y superación integral del ser humano. Contrario soy a los jóvenes y adolescentes que no se despegan de sus móviles, cuando siquiera saben hablar, leer y escribir correctamente; a los adultos que, cuando conversan con otras personas o se hallan sentados a la mesa de una confitería o restaurante, interrumpen constantemente los diálogos para leer, escuchar o responder mensajes o atender llamadas. O directamente se ausentan del momento socializador que significa el contacto y la comunicación personal, cara a cara, compartiendo e intercambiando opiniones, ideas, romances, palabras. Que ridículo me resulta ver gente mayor, permanentemente "ocupada" con sus teléfonos móviles, recibiendo y enviando "msj" cómo si tuvieran en sus manos la solución para los problemas del mundo. "Pendeviejos", pazguatos que con suerte saben hacer la letra "o" con el ano apoyado en la arena -ni pensar en que la escriban-; muchos no saben hablar, expresarse, ignoran el concepto de respeto -que trataré en otra entrada-, ni que decir de comprender textos o albergar algún vestigio de pensamiento crítico. 
   Esos "ingenuos felices", andan por la vida sembrando tonterías e intercambiando con sus pares -oligo sinápticos(1) también- ideas superfluas, situaciones vacías, sin más preocupaciones que el fulbo y el asado, y si son jóvenes, también las putas-; o más  aspiraciones que salir de vacaciones, ver el mundial de fútbol o cobrar el salario para hacer ostentación de su grotesco y vulgar consumismo -consumptionis hominem-.
   Lo más lamentable de esta realidad, no es mi bronca, -que puede confinarse a una persona sin efectos colaterales mayores sobre el resto-; es darse cuenta de la decadencia social, cultural, intelectual y moral a la que lentamente fuimos conducidos por poderes desconocidos. Ellos, tienen objetivos claros y precisos de mantenernos subdesarrollados, sumergidos para siempre. Digo decadencia "moral", porque es imperceptible el límite entre el bien y el mal cuando no tenemos capacidad para diferenciar entre lo mejor y lo peor, de rechazar lo ordinario sin concebir lo sublime. Desaparecida la idea de "bien común", se eleva el ansia individual de satisfacción a cualquier costo.
   A éste poder, sirven por igual oligarcas y plebeyos, distraídos tras los electrodomésticos, mágicos para el pardaje, igual que para los indígenas del siglo XV, los "espejitos de colores".

(1) Oligo= poco; sináptico= de sinapsis: lugar por donde el impulso nervioso pasa de una neurona a otra, permitiendo así la formación de pensamientos, la realización de movimientos, percepción de estímulos, etc.




















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